Un atardecer, un árbol, un río
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Buenos días, buenas tardes o buenas noches; depende ustedes, de su lectura, gracias. Hoy he publicado una foto muy bonita en la sección de Fotografía con edición ligera titulada "Un atardecer, un árbol, un río", pero no es mía. No tengo tanta suerte, quizás porque no tengo tanto ardor para encontrarla. En fin, que me lío, tampoco es de nadie, es de una IA. Se puede decir que es mía porque fui yo el que se la pidió y la edité, pero el conjunto fue realizado por la IA, y nos quedó muy bonita. Esta es la mísera historia de esta foto, pero yo he querido contar otra, espero que os guste:
"El día comenzó como todos los demás. Maribel y yo metimos las mochilas, las neveras portátiles y a Max, nuestro labrador negro de energía inagotable, en el maletero. Mientras tanto, los niños –Héctor, siempre con su gorra roja ladeada, y Marta, con una trenza que siempre insistía en perfeccionar cada cinco minutos– se subían al coche a trompicones, rebosantes de entusiasmo.
Nos habíamos puesto de acuerdo con nuestros amigos, los Sánchez Gómez, para hacer una excursión al campo. Ellos traían a sus dos hijos, Mateo y Sofía, y su sobrino Lucas, el cual tenía esa mirada de niño que sabe que meterá en líos a todos. Íbamos dos matrimonios, cinco niños y un perro que parecía convencido de que era el líder de la expedición.
El lugar era un área recreativa al pie de un bosque, con una explanada perfecta para el picnic y un río que serpenteaba más allá. Hoy no serpenteaba, venía crecido debido a las lluvias que habían acontecido la semana anterior. Todo parecía salir según el plan. Las cestas se desplegaron, las botellas de agua pasaron de mano en mano, y Max ya estaba persiguiendo una mariposa que no tenía ni idea de lo mucho que estaba en peligro.
Los niños jugaron sin descanso. Héctor y Lucas decidieron que el bosque estaba lleno de "secretos", y arrastraron a los demás a una especie de misión de exploración. Desde nuestra mesa de picnic, los adultos solo veíamos movimientos entre los arbustos y escuchábamos risas que iban y venían como el eco de un día perfecto.
Todo iba bien… hasta que, inevitablemente, algo pasó.
Un grito rompió la tranquilidad. Maribel dejó a medias un sándwich de tortilla y salió corriendo antes de que pudiéramos reaccionar. Cuando llegué, encontré a Mateo en el suelo, con una rodilla ensangrentada y cara de puchero. Héctor trataba de explicarse: "Tropezó con una piedra, pero casi encuentra un tesoro, papá. Te lo juro".
Maribel, por supuesto, ya estaba sacando su inseparable mochila de emergencias. Si hubiera una guerra nuclear, estoy convencido de que mi mujer sobreviviría solo con el contenido de esa mochila. En cuestión de segundos, limpió la herida, sacó una tirita con dibujos de dinosaurios y, con una sonrisa que solo ella podía ofrecer en ese momento, le dijo a Mateo: "Ahora eres un explorador oficial. Los exploradores siempre llevan marcas de batalla". Mateo sonrió, más por los dinosaurios que por las palabras, pero funcionó.
Mientras ellos seguían jugando, decidí dar un paseo hasta el río. El sol ya comenzaba a descender, y la luz cambiaba a ese tono que los fotógrafos llaman "hora dorada". No soy un fotógrafo profesional, pero llevo mi cámara a todas partes. Siempre hay algo digno de captar.
Entonces lo vi.
Un árbol, solitario en mitad del agua, con sus ramas casi desnudas extendiéndose como si quisieran abrazar el cielo. El sol se escondía justo detrás, creando un halo naranja que hacía que todo pareciera irreal. Me quedé paralizado por un segundo. Sabía que tenía que tomar la foto.
Cambié el enfoque, ajusté la lente y disparé.
El clic de la cámara fue como un punto final. Sabía que había capturado algo especial. No era solo un árbol o un atardecer. Era el día entero comprimido en una imagen. La risa de los niños, el ajetreo de Max, la tranquilidad de Maribel curando una rodilla. Todo estaba ahí.
Cuando regresé, los demás ya estaban recogiendo las cosas. Maribel me miró y, con esa intuición suya, preguntó: "¿Qué has visto?".
Le mostré la foto. No dijo nada, pero sonrió. No hacía falta más.
Al final del día, cuando estábamos de vuelta en casa y los niños dormían, volví a mirar la foto. Y entendí algo: no se trataba solo del árbol o del sol. Se trataba de recordar que incluso los días simples tienen momentos que, si los miras con atención, pueden ser extraordinarios."
Espero que os haya gustado tanto la "foto", como la historia que la quiere hacer real.
Bye, bye my friends,
nandoLARA