Playas de Maro
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Buenas días, buenas tardes o buenas noches. Hoy os voy a hablar de una foto que acabo publicar en la sección Fotografía con edición ligera. Se titula "Playas de Maro" y es como una ola rompe en las rocas de la playa. Espero que os guste...
La idea surgió una tarde mientras veíamos fotos de viajes anteriores. "¿Por qué no vamos a las playas de Maro?", propuse. Mi esposa asintió con entusiasmo, y los niños, aunque no entendieron del todo la misión, se emocionaron con la promesa de una aventura en la playa. Sabíamos que no sería fácil, pero la idea de pasar un día juntos en un entorno tan salvaje y hermoso era irresistible.
Al amanecer, empaquetamos todo lo necesario: equipo de buceo (snorkel y gafas), comida para un picnic y suficiente agua. Los niños, con sus mochilas pequeñas, cargaron sus juguetes y unas toallas. Mi esposa llevaba algo de fruta y, la tortilla y el gazpacho que había preparado, mientras yo cargaba el equipo más pesado. Sabíamos que el acceso a esas playas implicaba un descenso a pie por un camino empinado, pero eso formaba parte del encanto.
El sendero era estrecho para un coche, que podría haber bajado, pero esta prohibido bajar en coche. Los niños iban adelante, riendo y señalando pequeños insectos o flores curiosas que encontraban en el camino. La brisa marina ya se sentía, mezclada con el canto de las aves. Cada paso revelaba más del paisaje: el azul profundo del Mediterráneo contrastando con las rocas negras de la costa.
Llegada a la playa, finalmente, alcanzamos la orilla. La playa, como sabíamos, era completamente rocosa, sin arena suave para tumbarse. Pero esa aspereza tenía su encanto: las rocas formaban piscinas naturales donde los niños comenzaron a jugar de inmediato, mientras mi esposa y yo organizábamos un pequeño campamento a la sombra de las cañas.
Las olas rompían con fuerza contra las rocas más grandes, levantando salpicaduras de espuma que brillaban bajo el sol. Me coloqué con la cámara del mítico Nokia 1020 y decidí usar una velocidad de obturación alta para congelar el momento exacto en que la ola impactara. Los niños corrían cerca, fascinados por cómo me concentraba en mi tarea. "¿Ya la tomaste, papá?", preguntaba mi hija Marta cada vez que el obturador sonaba.
Observar las olas fue como un juego: medir su ritmo, anticipar el impacto. Mientras tanto, mi esposa mantenía a los niños ocupados recolectando piedras y conchas. Finalmente, ocurrió: una ola más grande que las demás se levantó majestuosa y golpeó con toda su fuerza una roca sobresaliente. Presioné el botón justo a tiempo. El agua explotó en mil gotas suspendidas, iluminadas por la luz dorada de la mañana. Supe al instante que había capturado la imagen que buscaba.
Con la foto hecha, guardé el teléfono móvil y nos dedicamos a disfrutar del lugar. Mi esposa y yo nos turnamos para bucear en las aguas cristalinas, mientras los niños jugaban cerca de la orilla. La comida, simple pero deliciosa, sabía mejor al aire libre, con el sonido del mar de fondo. Pasamos horas explorando, buceando y relajándonos.
Cuando el sol comenzó a bajar, supimos que era hora de regresar. Subir el camino fue más lento, con los niños algo cansados y nuestras mochilas más ligeras, pero llenas de recuerdos. Al final, la foto de la ola no fue el único logro del día; lo mejor fue la aventura compartida en familia. Esa mezcla de esfuerzo, naturaleza y risas nos dejó con una historia que recordaríamos siempre.
Bye, bye my friends,
nandoLARA