La rosa de Benamahoma
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Buenos días, buenas tardes o buenas noches, eso depende vosotr@s, Hoy he publicado en la sección de Fotografía con mucha edición una obra titulada "La rosa de Benamahoma". A mí me gusta mucho por la estética, lo bonita que es, y por historia que encierra dentro de su origen. Paso a contaros su historia, su relato:
"La semana de principios de agosto ya era un ritual. Desde el año anterior, cuando descubrimos el secreto de Benamahoma, una pequeña pedanía encajada en el corazón de la sierra de Grazalema, sabíamos que volveríamos. Había algo en aquel lugar, una mezcla de calor de agosto, risas en las calles y la memoria secular de los moros y cristianos enfrentándose entre coplas, que nos había atrapado sin remedio. Y así fue: decidimos regresar, pero esta vez con una nueva inquilina en nuestras vidas.
Marta había llegado unos meses antes, fruto de diez años de un amor que había pasado por todo, y que ahora se anclaba en una pequeña criatura de ojos grandes y manos que apenas alcanzaban a cerrarse sobre un dedo. Esa era la novedad: esta vez no seríamos sólo mi mujer y yo. Esta vez llevaríamos con nosotros a nuestra hija. Habíamos decidido que también Marta formaría parte de esa tradición naciente, porque, aunque era un bebé, intuíamos que los lugares dejan huellas incluso antes de que seamos conscientes de ellas.
Llegamos el jueves, al filo de la tarde, cuando la luz dorada se colaba entre los alcornoques y los olivos. El aire olía a tierra caliente y a pinos. El pueblo estaba ya en plena efervescencia: banderines cruzaban las calles y las terrazas bullían de voces y cervezas frías. Durante décadas, el primer fin de semana de agosto había sido siempre igual: moros y cristianos en un simulacro de lucha que no era más que una excusa para la fiesta, para el jaleo, para el encuentro.
Esa noche paseamos por el ferial. Marta iba en su carrito, completamente ajena al ruido de la feria, los altavoces desgastados que repetían coplas y las luces de las atracciones que giraban como un caleidoscopio. Nosotros la mirábamos de reojo, con esa mezcla de fascinación y miedo que acompaña a los padres primerizos. ¿Estará bien? ¿Será esto demasiado para ella? Pero Marta dormía, o miraba sin ver, tan pequeña que la magnitud del mundo parecía resbalarle sin dejar marca.
El sábado llegó la vaquilla. Ya lo sabíamos del año anterior: era un acontecimiento casi sagrado. Las calles se llenaban de gente y una mezcla de adrenalina y risa nerviosa flotaba en el aire. Por un momento dudamos. Quizá deberíamos intentarlo, llevar a Marta, ser parte del ritual completo. Pero me conocía demasiado bien. Siempre he sido reacio a ese tipo de espectáculos, y la idea de meterme en un laberinto de calles con un bebé me resultaba, además de impráctica, completamente absurda. Así que nos quedamos al margen, viendo a la gente pasar desde una terraza, con una cerveza en la mano y Marta dormida entre nosotros.
La semana fue un desfile de pequeñas felicidades. Caminamos por los senderos que rodeaban el pueblo, con Marta en una mochila de porteo que nos había regalado mi cuñada. Hacía calor, pero la sombra de los alcornoques y el murmullo del río Majaceite lo hacían todo más llevadero. Los paisajes eran de una belleza tranquila, serena, de esas que no gritan pero se quedan grabadas.
Por las noches, cuando Marta se dormía en la habitación del pequeño apartamento donde nos alojábamos, nos sentábamos en el exterior de la casa-apartamento. Desde allí podíamos oír el eco lejano de la música de la plaza, los gritos y las risas de la fiesta. A veces hablábamos, a veces simplemente mirábamos en silencio, como si no hiciera falta decir nada.
Al final de la semana, descubrí algo que pareció cerrar el viaje con un broche inesperado. En los maceteros del ayuntamiento había una rosa, una flor solitaria pero perfecta, como si hubiera sido plantada para estar allí en ese preciso momento. Cogí mi cámara réflex, un regalo de mi mujer por mi último cumpleaños, y enfoqué. Mirando a través del visor, tuve la sensación de que todo el viaje se concentraba en esa imagen: la fragilidad y la belleza, la quietud y el instante. Apreté el botón y, de vuelta en casa, edite la fotografía hasta que pareció una pintura. Me gustó el resultado. Quizá nunca lo sepa nadie más, pero para mí, esa rosa encapsuló todo lo que habíamos vivido aquella semana fugaz en Benamahoma."
Espero que os haya gustado tanto la obra como la historia que encierra.
Bye, bye my friends,
nandoLARA